miércoles, 29 de julio de 2009

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viernes, 24 de julio de 2009

¿Con qué fundamento edificaremos nuestra vida?

Edifiquemos sobre el fundamento de Jesucristo


Por John H. Ogwyn

En la región del país donde he vivido durante muchos años, frecuentemente se encuentran avisos en los que se ofrece el servicio de reparación de cimientos. La mayor parte de los suelos de la región está constituida por arcilla, y esta tiende a agrietarse o moverse con el tiempo. Esto obviamente produce daños estructurales a los edificios. Algunas veces los daños son menores, y algunas veces graves; pero la solidez de la estructura depende de la firmeza de los cimientos sobre los que está construida.
Cuando los cimientos de un edificio se mueven, partes del edificio también se desplazan. Esto a veces se nota porque aparecen pequeñas grietas en las paredes o entrepisos. Otras veces, cuando el desplazamiento es mayor, los pisos se inclinan notoriamente y se dificulta abrir o cerrar las puertas. Los problemas que causan unos cimientos falseados son muchos, y pueden llegar a ser muy graves.
Esto no solo les sucede a casas y edificios. ¡También es una realidad en nuestra vida! ¿Sobre cuáles cimientos hemos edificado nuestra vida? ¿Estamos seguros de que nunca van a fallar? Hemos conocido y amado a muchas personas cuya vida ha sufrido cambios dramáticos, y en algunos casos se ha derrumbado por completo. ¿Cómo podemos tener la certeza de que nunca nos ocurrirá algo así?
Jesús de Nazaret creció aprendiendo el oficio de la construcción con su padrastro José. Sabía muy bien cómo construir estructuras fuertes y firmes. En ciertas ocasiones durante su ministerio, Jesús se sirvió de analogías relacionadas con la construcción. Un ejemplo muy conocido se encuentra en Mateo 7:24-27, donde Jesús nos habla de dos hombres que edificaron sus casas sobre cimientos diferentes. Uno edificó sobre arena y otro sobre roca. Al principio las dos casas tenían buen aspecto. Luego vino una fuerte tormenta y una casa se mantuvo firme mientras que la otra se derrumbó. Cristo dijo esta parábola para mostrarnos que una vida edificada sobre cimientos sólidos está basada en la obediencia a sus enseñanzas. La obediencia a Dios es la única forma de resistir las tormentas de la vida.
La Biblia nos enseña claramente que Jesucristo debe ser nuestro fundamento. Él es la Roca sobre la que está edificada la iglesia (Mt. 16:18). Esto significa que en la Iglesia verdadera debemos practicar y enseñar lo mismo que Cristo practicó y enseñó. Además, Él debería ser el cimiento personal sobre el que cada uno debe edificar su vida. Más, ¿qué significa realmente esto y cómo podemos llevarlo a la práctica?
Cuando le escribió a la Iglesia de Corinto, el apóstol Pablo hizo énfasis en que había predicado a “Cristo crucificado”, lo cual era una locura para los griegos y un tropezadero para los judíos (1 Co. 1:22-23). Los judíos estaban pidiendo señales celestiales milagrosas, mientras que los griegos querían que todo fuera lógico y que tuviera sentido. Los judíos tropezaban con la idea de un Mesías que había sufrido la muerte, porque esperaban a un Mesías que iba a impactar y dejar atónitos a los gentiles. A los griegos, simplemente no les cabía en la mente un Salvador martirizado; porque no le veían ningún sentido lógico. Todos ellos tenían sus propias expectativas, y el plan de Dios no tenía cabida en sus ideas preconcebidas.
En el mensaje de Pablo se destacaba algo muy diferente de lo que esos grupos estaban esperando. Entonces explicó: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a Este crucificado” (1 Co. 2:2). El mensaje de Pablo estaba totalmente centralizado en Jesucristo, no simplemente en la persona de Cristo, ¡sino en su ejemplo y en su mensaje! Pablo les dijo a los corintios: “Nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Co. 3:9-11).
El apóstol Pablo subrayó que Jesucristo debe ser el fundamento sobre el cual todo lo demás se edifica. ¿Es Jesucristo el fundamento de nuestra vida? ¿Cómo podemos tener la certeza? De no ser así, todo aquello que construyamos tarde o temprano se derrumbará porque no existe ningún otro cimiento seguro. Recordemos que el mismo Jesucristo dijo que edificar sobre la Roca no solo significa escuchar sus palabras, sino ponerlas en práctica en nuestra vida (Mt. 7:24). ¿Qué características tiene una vida edificada sobre Jesucristo? ¿Cómo podemos lograrla?
Una vida de entrega
Ante todo, una vida edificada sobre el fundamento de Jesucristo será una vida de entrega. Nadie podrá alcanzar el éxito espiritual con una vida basada en su propia voluntad. Jesús dijo en forma muy clara: “He descendido del Cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn. 6:38).
Posiblemente la tarea más difícil para nosotros es hacer a un lado nuestra propia voluntad. Humanamente, queremos hacer las cosas a nuestra manera. La duda, por lo general nos impide confiar en Dios, porque no sabemos exactamente qué tiene en mente. Como resultado, buscamos la forma de proteger nuestro ego de lo que consideramos que nos puede causar daño o pérdida.
Jesús comparó a los dirigentes religiosos de su tiempo con los muchachos que jugaban en las plazas. Estos dirigentes estaban muy decepcionados, primero con Juan el Bautista y después con el mismo Jesús, porque ninguno bailaba al son que ellos querían (Mt. 11:16-19). Si bien Juan fue el primer profeta venido directamente de Dios en los últimos cuatro siglos, y Jesús era el mismo Mesías, ninguno de los dos satisfizo las expectativas de esos líderes. Por eso rechazaron a los verdaderos siervos de Dios, porque esos líderes no se habían entregado por completo a la voluntad de Dios; sino que querían hacer las cosas a su manera.
Quizá el relato que nos ilustra más poderosamente la actitud de total entrega de Jesucristo, es la oración que elevó a su Padre antes de su arresto y ulterior crucifixión. Cuando llegó con sus discípulos al huerto de Getsemaní, poco después de concluir la cena de la Pascua, el horror de lo que le esperaba parecía devastador. Cristo buscó un lugar retirado algo lejos de los discípulos y derramó su corazón con profunda angustia en oración a su Padre. Oró con tal intensidad que sudó sangre mientras rogaba a su Padre diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa”; si hubiera otra forma de cumplir con el plan de Dios. “Pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt. 26:39). Jesucristo renunció por completo a todo vestigio de su propia voluntad, y se entregó incondicionalmente a la voluntad de Dios. ¡Una vida edificada sobre el fundamento de Jesucristo, solo puede ser una vida de entrega incondicional!
Una vida consagrada
“Consagración” significa apartar para el servicio divino. Consagración es un concepto que se usa frecuentemente en el Antiguo Testamento para referirse a algo que pertenece a Dios o está dedicado a Él. Las ofrendas, los diezmos y aun la tribu de Leví se consideraban “consagrados” o dedicados a Dios o a su servicio. Cuando Israel entró por primera vez a la tierra prometida, toda la ciudad de Jericó, como símbolo de los primeros frutos de la conquista de Israel, fue dedicada a Dios. El asunto era sumamente serio. Cuando Acán furtivamente tomó oro, plata y algunas prendas de vestir, provocó el castigo de Dios sobre toda la nación, porque Acán estaba tomando para su uso personal lo que Dios había dicho que era consagrado.
Jesucristo vivió una vida de absoluta dedicación a Dios. En Juan 4 encontramos un relato sobre un viaje que Jesús y sus discípulos efectuaban entre Judea y Galilea. Yendo de camino se detuvieron en Samaria. Mientras Jesús los esperaba cerca de un pozo, los discípulos fueron por alimentos a la ciudad. Cuando los discípulos regresaron, una multitud había comenzado a rodear a Jesús, quien les explicaba el plan y los designios de Dios. Ansiosos por empezar a comer, los discípulos le rogaban a Jesús que comiera. “Él les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis” (v. 32). Preguntándose dónde habría conseguido comida, los discípulos hablaban entre ellos. Como se dio cuenta de que no le habían entendido, Jesús les explicó enseguida: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (v. 34).
Para los discípulos, la vida por lo general giraba en torno a cosas materiales. Mas Jesús vivió su vida para agradar al Padre y para llevar a cabo la obra espiritual que le había encomendado. Su vida estaba dedicada por completo a Dios y a su servicio. Por lo tanto, una vida edificada sobre el fundamento de Jesucristo debe ser una vida consagrada.
Específicamente, ¿qué significa esto para nosotros? Cristo cumplió con los deberes normales de la vida diaria. Cuando joven buscó la educación e instrucción (Lc. 2:52), antes de iniciar su ministerio trabajó como constructor (Mr. 6:3) y encontraba tiempo para las actividades sociales (Jn 2:1-2). Aun así, desde temprana edad estaba perfectamente consciente de que su deber era estar en los asuntos de su Padre (Lc. 2:49). Jesucristo siempre tuvo en primer lugar lo que Dios había dispuesto para Él.
Una vida de humildad
La soberbia es una falta muy común en la humanidad. Estando aún joven, Benjamín Franklin inició un proyecto con el deseo de alcanzar la perfección moral. Tenía un plan muy simple: hizo una lista de aquellas virtudes que deseaba integrar en su carácter y enseguida empezó a trabajar con ellas de una en una. Su plan era que una vez que una virtud se convirtiera en un hábito, seguiría con la siguiente, y así hasta que finalmente completara toda la lista. Franklin tuvo más dificultades con ciertas virtudes que con otras, hasta que llegó el momento cuando se dio cuenta de la imposibilidad de esa tarea. La virtud que encontró más difícil fue la humildad. En su frustración dijo finalmente: “Temo que si algún día llego a ser verdaderamente humilde, me sentiré orgulloso de mi humildad”.
Es muy claro que la humildad no es algo que llega naturalmente. Mas por otro lado, la Biblia afirma: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Stg. 4:6). Si alguna vez hubo alguien que tuviera de qué sentirse orgulloso, precisamente fue Jesús de Nazaret. Con todo, Jesús afirmó: “Soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11:29). ¿Cómo pudo ser así? Porque Jesús tenía toda su atención puesta en el Padre y no en sí mismo. Siempre reconoció que por sí mismo nada podía hacer, sino que el Padre era quien realizaba las obras (Jn. 5:30; 14:10). La verdadera humildad fluye cuando vemos nuestra bajeza comparada con Dios y su grandeza. La soberbia la genera la actitud egocéntrica ante la vida, y a menudo se acompaña con ilusiones de autosuficiencia. Una vida edificada sobre el fundamento de Jesucristo, será una vida de humildad.
Una vida de servicio
Jesucristo con mucha frecuencia hablaba del Reino de Dios. Sus discípulos comprendieron que se estaba refiriendo literalmente a un reino, y que ellos algún día ocuparían puestos de gobierno en ese reino. Sin embargo, el concepto que tenían de lo que significaba un gobernante estaba fuertemente influido por el ejemplo de los dirigentes gubernamentales de ese tiempo en el Imperio Romano. Y esto servía para que muchas veces discutieran sobre cuál de los discípulos sería el más importante en el Reino de Dios. Jesús se propuso hacerles ver que la verdadera grandeza no consistía en tener quien les sirviera, sino en que vivieran una vida de servicio a los demás: “El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo” (Mt. 23:11).
Jesús sorprendió a los discípulos durante la última Pascua que celebraron juntos. Cuando ya estaban sentados a la mesa para disponerse a cenar, se levantó “y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos” (Jn. 13:4-5). Esta era una tarea que se asignaba a los sirvientes de más bajo rango en una casa. Cuando terminó y se dispuso regresar a la mesa, les preguntó a sus discípulos: “¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (vs. 12-15). Jesucristo enseñó que una vida bien vivida era una vida de servicio a los demás. Esto es absolutamente lo opuesto a una vida centralizada en sí mismo, que es lo normal en la naturaleza humana y carnal. Si edificamos sobre el fundamento de Jesucristo, no viviremos la vida complaciéndonos a nosotros mismos, sino una vida de servicio a los demás.
Una vida de amor
La autocomplacencia y la soberbia son producto del hecho de que la mayoría de la gente solo se ama a sí misma. Fluyen naturalmente de la preocupación por nosotros mismos. De hecho, aun cuando las personas hacen algo por los demás, es posible que tengan motivos ulteriores. Incluso el hecho de sacrificarse, muchas veces puede estar motivado por el deseo de hinchar el ego. Veamos lo que dijo al respecto el apóstol Pablo: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Co. 13:1-3). ¡Hacer despliegues de “amor”, sin el verdadero amor, “de nada” nos sirve!
¿Por qué razón es tan importante el amor? Dios está formando una familia, y las familias sanas tienen relaciones sanas. Toda familia sana se relaciona con base en el amor. Nuestras relaciones con los demás, y con el mismo Dios, deben estar basadas en el amor verdadero. Esta fue la base y razón fundamental de todo lo que hizo Jesucristo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn. 15:13). El amor no fue solo la razón básica por la que Cristo hizo lo que hizo, sino que también es la característica que identifica a sus verdaderos seguidores: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros... En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn. 13:34-35). Una vida edificada sobre el fundamento de Jesucristo, será una vida basada en el amor a Dios y a los demás.
Una vida de obediencia
Una de las características fundamentales del verdadero amor a Dios es la obediencia a sus mandamientos. El apóstol Juan lo dice de esta manera: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Jn. 5:2-3). Veámoslo de esta manera: ¡si la obediencia no está basada en el amor, no dura! Los fariseos estaban orgullosos de su obediencia a la ley de Dios, pero su obediencia llegaba hasta el momento en que se sentían amenazados personalmente por el ministerio de Cristo (Jn. 11:47-48). Se confabularon para sobornar a falsos testigos, y conspiraron para matar a alguien absolutamente inocente. Esos hechos eran desobediencia directa a los diez mandamientos, porque no parecían tan importantes para ellos. Bajo presión no podían mantener la obediencia.
Jesucristo vivió una vida de absoluta obediencia a su Padre. Guardó los mandamientos de su Padre (Jn. 15:10), e instruyó a sus discípulos para que siguieran su ejemplo. A diferencia de lo que enseña la cristiandad tradicional, Jesús dijo claramente: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mt. 5:17). Reconocer a Jesucristo como nuestro Señor, significa vivir una vida de obediencia (Mt. 7:21). Edificar nuestra vida sobre el fundamento de Jesucristo, significa que haremos de la obediencia a los mandamientos de Dios nuestro camino de vida.
Una vida de fe
No solo el amor es necesario para las sanas relaciones familiares, sino también la confianza. “Sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb. 11:6). Si no confiamos absolutamente en Dios, no le obedeceremos incondicionalmente ni en toda circunstancia. A veces tratamos de resolver las cosas a nuestra manera. Por el contrario, la Familia de Dios morará junta en paz y armonía por la eternidad, porque todos los miembros de la familia confiarán en el Padre. Los miembros de su familia creerán su Palabra, y se habrán preparado para seguir todas sus instrucciones.
La fe verdadera fluye de una profunda relación personal con Dios y de nuestro pleno conocimiento de Él. Jesucristo vino a revelarnos al Padre, y a que pudiéramos conocerlo. En todas las circunstancias confió en el Padre y dijo que los discípulos también deberían hacerlo (Jn. 16:26-27). Después de la transfiguración en el monte, ocurrió algo que le dio la oportunidad a Jesucristo de enseñarles más sobre la fe a sus discípulos. Al descender de la montaña, se le acercó un hombre con un niño que necesitaba urgentemente ser sanado. Este hombre ya había acudido a los discípulos, pero no le pudieron ayudar. El hombre le suplicó a Jesús su ayuda, si le era posible, y que tuviera misericordia. “Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad” (Mr. 9:23-24). Cristo sanó al muchacho. Luego, los discípulos fueron a Jesús y le preguntaron la razón por la que ellos no habían podido realizar el milagro. Cristo entonces les explicó que la oración y el ayuno eran la clave para obtener la fe que obrara tales milagros (vs. 28-29).
Jesús caminaba y hablaba con el Padre todo el tiempo. Como siempre alimentó esa relación, siempre era fresca e íntima. Esa relación produjo una fe y una confianza que jamás flaquearon. Hasta el punto en que alcancemos esa clase de relación, podremos tener esa misma clase de fe. Si edificamos nuestra vida sobre el fundamento de Jesucristo, la fe será parte imprescindible de ese fundamento.
Aparte del fundamento en Jesucristo, no existe otro fundamento sobre el cual logremos edificar algo que jamás falle o se agriete. Él es el único cimiento seguro en nuestra vida. Debemos tener la certeza de que estamos edificando en Jesucristo en todos los aspectos de nuestra vida.

¿Tiene algún propósito la vida del hombre?

¿Cuál es el propósito de mi existencia?
Debe haber alguna razón para la increíble mezcla de las habilidades sorprendentes del ser humano y los atroces crímenes que se cometen continuamente.
¿Cuál es el verdadero significado de nuestra vida?

Por Gary Petty

La complejidad y la interdependencia de la naturaleza que nos rodea, el milagro de la vida, nos revelan que existe un Dador de la vida, un Creador. ¿Tendría sentido pensar que el Dador de la vida hizo seres inteligentes sin ningún propósito? “¿Cuál es el propósito de mi existencia?” es una pregunta que sólo puede responder el Creador de la vida misma.
Aunque la sociedad occidental proclama que es cristiana, pocas personas acudirían a la Biblia para tratar de encontrar la razón de su vida. La Biblia nos revela una creación especial que tiene un propósito especial. La palabra génesis, nombre del primer libro de la Biblia, significa simplemente los “orígenes”, o el “comienzo”. La primera frase de la Biblia nos dice lo siguiente: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.
Después, Dios creó a un ser biológico único, el hombre. En Génesis 2:7 lo leemos: “Entonces el Eterno Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”.
¿Significa esto que el hombre es simplemente otro animal, diferente en la forma pero esencialmente igual a los mamíferos o los simios? La teoría de la evolución tal vez podría llevarnos a esta conclusión, pero no nos explica las diferencias tan obvias que existen entre la humanidad y los animales. ¿Cómo podemos explicar la capacidad que tienen los seres humanos de hacer música, descubrir y utilizar la geometría, la ingeniería y la arquitectura, o inventar medios complejos de comunicación?
Instinto e intelecto
La babosa o la araña actúan movidas por su instinto. Mientras más compleja sea la forma de vida, más puede aprender. Sin embargo, los patrones de conducta que se observan en las formas superiores de vida, son básicamente instintivos. Esto no es cierto cuando hablamos del hombre.
En su libro Ten Philosophical Mistakes [“Diez errores filosóficos”], Mortimer J. Adler afirma que cuando comparamos al hombre con los animales “aparece una diferencia radical. De acuerdo con el significado estricto de la palabra instinto, el hombre no tiene instintos, no tiene patrones de conducta innatos ni heredados. Tenemos un pequeño número de reflejos innatos, y solamente algunos de éstos son congénitos. También tenemos lo que podemos denominar fuerzas e impulsos instintivos. Pero al dejarse llevar por ellos, las personas pueden reaccionar de una inmensa variedad de formas. Por ejemplo, no todas las personas se comportan de la misma manera ni tienen la misma clase de conducta, como ocurre con las abejas, hormigas o termitas” (1985, p. 31).
Esta capacidad de analizar, razonar y tomar decisiones tan complejas y de escoger entre diferentes cursos de acción, es lo que hace a los seres humanos tan diferentes de cualquier animal. Las diferencias cualitativas y cuantitativas entre el cerebro humano y el cerebro de los otros mamíferos no bastan para explicar las increíbles diferencias que existen en su funcionamiento. Hablando del tamaño, algunos mamíferos tienen cerebros más grandes que el de los seres humanos, en tanto que otros tienen cerebros proporcionalmente mayores en comparación con el tamaño del cuerpo.
La diferencia entre los animales y los seres humanos, esto es, la capacidad de razonar, crear, comunicar emociones, sentir amor y simpatía, todo esto está relacionado con aquello que llamamos mente.
Adler concluye: “La relación que existe entre las capacidades sensoriales por un lado, y el cerebro y el sistema nervioso por otro, es tan grande que el grado de estas capacidades de una especie animal está directamente relacionado con el tamaño y la complejidad de su cerebro y de su sistema nervioso. Pero esto no se aplica en el caso de las características intelectuales. En la mente humana, estas habilidades no dependen del tamaño ni de la complejidad del cerebro. El funcionamiento del cerebro es necesario, pero no es el único elemento que se necesita para que la mente humana funcione y produzca los procesos conceptuales del pensamiento. Nosotros no pensamos con el cerebro, aunque no podríamos pensar sin el” (Adler, op. cit., pp. 52-53).
¿Qué es la mente humana?
El tamaño y el funcionamiento bioquímico del cerebro no pueden explicar la singularidad del ser humano. ¿En qué radica la diferencia?
Volvamos a la Biblia. En el recuento de la creación vemos que Dios creó cada animal “según su género”, pero que los seres humanos fueron hechos a “imagen”y “semejanza” de Dios (Génesis 1:24-28).
La creatividad, las emociones, la lógica, el pensamiento abstracto, las capacidades de comunicación, son todas características de la mente del Creador. Fuimos hechos a su semejanza en estas cosas.
Veamos lo que la Biblia nos dice en Job 32:8: “Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda”. Uno de los profetas afirma que Dios “forma el espíritu del hombre dentro de él” (Zacarías 12:1).
La humanidad y los animales son seres vivientes. Ambos están sujetos a la muerte, a dejar de existir. La diferencia es que el hombre posee un componente espiritual (no físico) que le imparte su individualidad, intelecto, creatividad y personalidad.
La Biblia nos revela el misterio que la ciencia no puede desentrañar. Nosotros somos seres físicos, químicos, con un componente que no es biológico (un espíritu), una mente que es semejante a la del Creador, pero en una forma muy limitada. Pero si los seres humanos somos tan parecidos a Dios en tantas cosas, ¿por qué no podemos resolver nuestros propios problemas?
Una creación incompleta
¿Por qué los seres humanos son capaces de componer una obra musical bellísima, y al mismo tiempo cometen crímenes atroces contra sus semejantes? Investigamos tratando de descubrir lo más intrincado de nuestro cuerpo y producimos medicamentos “milagrosos”, pero a la vez producimos gases venenosos que afectan nuestro sistema nervioso y nos matan. Mandamos cohetes para que exploren el espacio sideral, y también lanzamos misiles que destruyen ciudades y matan cientos de miles de personas.
Si la humanidad fue hecha a imagen de Dios, y él se nos revela como un Dios amoroso, bondadoso y misericordioso, ¿por qué nosotros estamos llenos de odio, violencia y egoísmo? La respuesta la encontramos en lo que podemos denominar “una creación incompleta”.
El libro del Génesis nos revela la causa de la maldad que caracteriza nuestra sociedad. Los primeros seres humanos, Adán y Eva, tuvieron la oportunidad de escoger si seguirían las instrucciones que Dios les había dado acerca de la vida, o si seguirían lo que se llama “el conocimiento del bien y del mal”. Ellos escogieron el conocimiento del bien y del mal.
De hecho, Dios les dijo a Adán y a Eva que si ellos optaban por la autodeterminación, irían por un camino que los llevaría finalmente a la muerte. El mal, lo que la Biblia llama pecado, siempre trae muerte. La historia universal es un relato de lo bueno y lo malo, de increíble potencial y de enormes fracasos. Es una historia de muerte. Tal pareciera que la humanidad estuviera destinada a luchar, sufrir y finalmente morir.
Una de las columnas fundamentales del cristianismo es la creencia de que Jesús de Nazaret fue el Hijo de Dios, y que él pagó por los pecados de la humanidad. Jesús también vino para ofrecer el factor que hacía falta para poder recibir la vida eterna. En la noche anterior a su crucifixión, Jesús les dijo a sus discípulos que él les enviaría “otro Consolador” (Juan 14:15-18).
El apóstol Pablo les escribió a los cristianos de Corinto acerca del factor que le hacía falta a la humanidad para poder resolver sus problemas: “Hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:7-11).
El Espíritu de Dios es el factor que le hace falta a la humanidad. Sin él, a los seres humanos les falta la capacidad para ver y escoger siempre el bien. La consecuencia natural de esto es la muerte (Romanos 6:23). Es necesario que se elimine la causa de la muerte y que el hombre adquiera una nueva naturaleza. El apóstol Pedro lo resumió de una manera concisa cuando dijo que debíamos llegar a ser “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4).
El propósito de Dios
Los problemas de la humanidad —ya sean agrícolas o económicos, de gobierno o de relaciones familiares, de la salud emocional de individuos o de pueblos enteros— todos son problemas de índole espiritual. Por lo tanto, las soluciones verdaderas requieren algo más que un cambio en el medio ambiente: requieren un cambio en las personas.
Nuestros primeros padres decidieron participar tanto en el bien como en el mal. Pero no fueron sólo Adán y Eva los que hicieron esto: ¡todos los seres humanos que han existido (con excepción de Jesucristo el Hijo de Dios) han tomado la misma decisión! El resultado es que todos sufren y mueren. Jesús vino para pagar la pena de muerte por el pecado. Él vino para que el Espíritu Santo pudiera estar disponible para las personas, ese factor sanador que tanta falta hace y que cambia la corrupta naturaleza humana por la naturaleza divina.
¿Qué les espera a todos aquellos que por medio del Espíritu de Dios cambien su corrupta naturaleza humana por la naturaleza divina? El apóstol Pablo nos lo explica en Romanos 8:14-17: “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”.
El propósito de la humanidad es llegar a ser hijos espirituales de Dios. Cuando el espíritu humano se une con el Espíritu de Dios, se hace posible la creación de una nueva naturaleza y, finalmente, la resurrección a una nueva vida como hijos inmortales de Dios, coherederos de todas las cosas con Jesucristo.
El Creador de todo lo visible e invisible nos dice que desde ahora podemos tener una relación con él, como la de un hijo con su Padre. Existen soluciones reales a todos nuestros problemas. Hay esperanza para todos aquellos que desean descubrir el verdadero propósito de su existencia.
El primer paso para este descubrimiento es que usted se vuelva a su Creador y a su libro de instrucciones: la Biblia.

miércoles, 22 de julio de 2009

¿Que voz debemos oir?

¿LA VOZ INTERNA?
¿QUE ES LA VERDAD?
Por Mark Jenkins
Shel Silverstein escribió un poema que parece resumir de manera patética y concisa cómo la mayoría de la gente vive sus vidas y toma sus decisiones:

"... Hay una voz interna en ti que susurra todo el día siento que esto está correcto hacer, y se que aquello otro esta mal; ningún profesor, predicador, padre, amigo u hombre sabio puede decidir lo que es correcto para ti -- sólo escucha a la voz interna que te habla--."


Quizá alguien pudiera sentir que esto habla de una verdad interna, una lección que, si se atendiera, difundiría paz y tranquilidad todo sobre la tierra. Sin embargo, he aquí un enigma para usted: la gente con quien usted comparte y aquellos con quienes usted no esta de acuerdo son seguidores de la misma ideología – hacer lo que creen es correcto.
La gente en ambos lados de cada asunto importante (la pena de la muerte, la unión homosexual, el aborto, etc.), todos presentan diversos argumentos para apoyar sus conclusiones, pero a fin de cuentas escuchan la voz interna y creen que tienen la razón.
Esa voz, lo que realmente sentimos cuando miramos en nuestros corazones, es el factor decisivo que determina lo que la gente cree y hace.
¿Me creería usted si le dijera que esta filosofía destruye a naciones? ¿Qué éste sentimiento está en el corazón de toda decisión equivocada?
En Jueces 17:6, leemos: “En estos días no había rey en Israel: cada uno hacia como mejor le parecía”. Los comentarios se refieren a este período de la historia de Israel como la “edad oscura”. Cuando la gente tenía gran “libertad”, se comportaban sin el sentido de lo correcto e incorrecto aparte de hacer como mejor les parecía correcto. El caos sobrevino.
Hoy vivimos en una época en que la “libertad” se valora sobre la moralidad; como en el antiguo Israel, no tenemos la más mínima noción acerca de cómo ejercitar esas libertades de una manera recta. El escuchar la voz interna en nuestros corazones no ha detenido a la civilización occidental de generar una hediondez moral que ofende a países y al mundo entero.
¿Se ha preguntado usted alguna vez, qué piensa Dios de la voz que habla dentro de usted?
La claridad de la Biblia en este asunto es incomparable: “Conoce el Eterno, que el hombre NO ES SEÑOR DE SU CAMINO, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos” (Jeremías 10:23). Dios mira nuestros corazones también, y sabemos lo que Él ve allí: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).

Si usted desea ser guiado en una trayectoria incorrecta por algo que es desesperadamente perverso, entonces sólo escuche su voz interna.
Jesucristo habló de escuchar una voz, pero no propiamente la nuestra: “mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27). En vez de aconsejarnos a escucharnos a nosotros mismos, Él dijo que guardáramos los Mandamientos (Mateo 19:17). De hecho, 1 Juan 5:3 nos dice que la verdadera expresión del amor a Dios consiste en seguir las instrucciones que Dios nos da.
El tono irremediablemente perverso de nuestra propia voz está constantemente gritando para apartarnos de Jesucristo. Y aún más que eso, tenemos otro ruido que contender: a Satanás, el diablo. Él intenta constantemente engañarnos tal como lo hizo con Eva en el jardín del Edén, que seguramente creyó que ella hacia su propia decisión mientras escuchaba la voz de Satanás. Él tuvo éxito ese día, y Apocalipsis 12:9 nos dice exactamente cuán exitoso ha sido desde entonces; engaña al mundo entero. Es llamado “el príncipe de la potestad del aire” en Efesios 2:2, él está difundiendo siempre sus pensamientos, actitudes e impulsos. Demasiado a menudo le escuchamos a él en vez de a Dios, juzgando nosotros mismos cuál de los dos está en lo correcto.
La humanidad siempre cree que sabe más que Dios. Esta idea que intrínsicamente sabemos distinguir entre lo bueno y lo malo ha pasado de padres a hijos desde que Adán y Eva rechazaron la revelación de Dios, tomando la prerrogativa de decidir, por si mismos lo que esta bien y lo que no. Toda guerra, toda enfermedad y cada cosa mala que ha sucedido en los 6.000 años pasados han sido un resultado de esa decisión, un resultado de la decisión que no solamente “ningún profesor, predicador, padre, amigo u hombre sabio puede decidir”, sino que ni siquiera Dios mismo puede decirle a un hombre la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto.
¿Qué clase de decisiones ha tomado usted al escuchar esa voz interna? ¿Es usted, como ésos en la Israel antigua, haciendo lo que mejor le parece?
Basar decisiones en esta manera de pensar no traerá felicidad, alegría o paz VERDADERA en su vida. Si usted examina de cerca su vida, ¿encuentra felicidad verdadera? ¿Abundancia verdadera? ¿Éxito verdadero?
Escuchando la voz de Dios (las instrucciones encontradas en su palabra) nos trae todas esas cosas y bendiciones garantizadas de nuestro Padre: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz y guardáreis mi pacto, seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra” (Éxodo 19:5).
Nuestra confianza no debe estar en la voz de hombres, sino en la Palabra de Dios.

martes, 21 de julio de 2009

¿Cuál es la batalla más importante?

La Batalla por la MENTE humana


La primera línea de defensa es conocer al enemigo y sus tácticas. ¿Cómo podemos preservar nuestras mentes de la influencia penetrante del secularismo humano?


Por Robert Dick
Alo largo de la historia humana la obediencia a Dios ha sido un campo de batalla. Las batallas pueden cambiar, pero la guerra es siempre la misma. El apóstol Pablo lo expresó muy bien en Efesios 6:12: "No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes".
Eva libró la primera batalla humana, una batalla sobre la credibilidad de Dios y el deseo de tener lo que no le pertenecía (Génesis 3:1-6). Jesús libró una batalla después de 40 días de ayuno. El enemigo deseaba obtener una gran victoria al tratar de inducir a Jesús a que se inclinara ante él y lo adorara (Mateo 4:8-11). El enemigo perdió esa batalla.
Desde los días de Jesús en adelante el campo de batalla básicamente ha sido el mismo. La lucha ha sido sobre la disponibilidad para obedecer a Dios a pesar de exponerse a perder la familia, el trabajo y (en la mayoría de los siglos) la propia vida (Lucas 14:26-27; Mateo 10:35-39). Los apóstoles y muchos de los primeros santos salieron victoriosos en la guerra, pero perdieron sus vidas físicas.
El siglo más reciente ha presenciado cambios dramáticos en el campo de batalla. Durante el siglo 20 fue muy raro que un seguidor de Dios se enfrentara a la pérdida de la vida como consecuencia de poner a Dios primero en su vida. La pérdida de la familia y los amigos fue todavía una consecuencia común, como lo fue también la pérdida del trabajo o la vocación.
El campo de batalla espiritual, así como los campos de batalla del mundo, ha cambiado dramáticamente durante las últimas décadas. Consideremos un barco de guerra moderno. En vez de llamar la atención con cañones como los que tenían los barcos desde los días de los galeones españoles y los buques de guerra británicos, los acorazados modernos tienen una apariencia poco interesante. Pero debajo de esa cubierta lisa y llana yace la capacidad en algunos casos de exterminar naciones enteras con sus misiles.
Los ejércitos ya no se alinean para combatir frente a frente como en los días de Napoleón. Las batallas se pelean por medio de misiles guiados por radar y láser, y los resultados de la batalla son registrados por medio de fotografías por satélite.
¿Dónde está entonces el campo de batalla espiritual moderno?
Está en la mente.
Tal como la guerra física se ha vuelto increíblemente compleja, así también la guerra espiritual. La batalla de nuestros días es la batalla por la mente humana.
Consideremos las palabras de Pablo al joven evangelista Timoteo. En 2 Timoteo 3, Pablo advirtió acerca de los tiempos peligrosos que vendrían en los últimos días. ¿Qué sería el peligro de los últimos días? ¿Hambre, plagas, señales cósmicas, la devastación de la guerra nuclear? No. Pablo enumeró 19 peligros y todos eran actitudes y procederes producidos por una mente perturbada espiritualmente.
Es posible que pocos de nosotros nos detengamos a considerar al escuchar la radio y ver los programas de televisión, o aun al leer el periódico o nuestra revista favorita, el número de veces que nuestras mentes se ven atacadas por las filosofías torcidas de nuestra época. Ya sea que nos demos cuenta o no, este es el campo de batalla. De hecho, nuestro adversario está muy complacido cuando no nos percatamos de ello. La cautela es imprescindible, aun en el mundo de la guerra espiritual.
Uno de los frentes de batalla: el humanismo
El humanismo publicó su manifiesto original en 1933. Fue un movimiento apoyado principalmente por hombres y mujeres en el campo de la educación, aquellos que forman las mentes de nuestros niños y jóvenes. Una reseña de la lista de hombres y mujeres que apoyan esta filosofía revelaría los nombres de educadores que enseñan en las universidades más renombradas del mundo, de pensadores bien conocidos, de autores famosos, de científicos y de dirigentes políticos. ¿Qué promueve el humanismo? ¿Qué enseña? Más importante aún es la pregunta: ¿Qué produce en las mentes de aquellos que son influenciados por sus enseñanzas y filosofías?
Es muy revelador echarle una mirada al documento titulado "A Secular Humanist Declaration" ("Una declaración del humanismo"). Permítanme resumir los puntos notables contenidos dentro de sus 10 preceptos. Al leerlos, consideren que los medios de salida para sus filosofías son los salones de clases de primarias, secundarias, preparatorias y universidades, los programas de radio y televisión, los tramas para las películas y obras de teatro, los contenidos de periódicos y revistas y la legislación gubernamental, por nombrar sólo unos pocos.
Las enseñanzas del humanismo
A continuación aparecen las 10 afirmaciones y un resumen editorial de los puntos relacionados con nuestra batalla.
1. La libertad de búsqueda de información. Se considera una tiranía sobre la mente del hombre el que cualquier institución eclesiástica restrinja el libre pensamiento. La religión no debe interferir en el derecho del hombre para pensar por sí mismo.
2. Separación de Iglesia y Estado. Las oraciones y los juramentos religiosos en las instituciones públicas, tanto políticas como educativas, no deben ser permitidos.
3. El ideal de la libertad. El documento afirma que la verdadera libertad incluye la libertad del control religioso.
4. La ética basada en la inteligencia crítica. Esta tesis muestra una profunda susceptibilidad hacia la interferencia de Dios en la vida. Hay varias líneas de batalla dentro de esta afirmación. Primero, que los griegos originaron el campo de la ética moral antes de que la religión entrara en este aspecto de la vida. Segundo, que la gente puede ser moral sin Dios. Tercero, que podemos vivir de manera íntegra y significativa sin necesidad de mandamientos religiosos.
5. La educación moral. Los niños no deben ser adoctrinados en una creencia religiosa antes de que sean lo suficientemente maduros como para evaluar sus méritos.
6. El escepticismo religioso. Los criterios tradicionales de la existencia de Dios son absurdos. La idea de que Dios ha intervenido milagrosamente en la vida humana es rechazada. La interpretación literal de las Escrituras es rechazada.
7. La razón. El documento ve con desagrado a las personas que están en desacuerdo con la "razón" y la "ciencia".
8. La ciencia y la tecnología. Los partidarios creen que la ciencia y la tecnología son la forma más confiable para entender el mundo.
9. La evolución. Este documento deplora la invasión que los fundamentalistas han hecho de los salones de clases con sus requerimientos de que se enseñe el concepto de la creación sobrenatural. La creencia es que si se permite esto, puede menoscabar la credibilidad de la ciencia.
10. La educación. El documento expresa preocupación de que los maestros religiosos en su mayor parte tienen fácil acceso a los medios de comunicación. Existe el sentir que el laicismo debería tener un mayor espacio en la programación.
Preparémonos para la batalla
Si uno lo considera o no, si uno lo percibe o no, si uno lo entiende o no, estas filosofías le ponen sitio a nuestra mente: programas de radio, programas de televisión, películas, hasta el periódico. ¿Cómo lo combate uno?
Obviamente la primera línea de defensa es conocer e identificar al enemigo. ¿Cómo lucha uno contra algo que no percibe? Consideremos las afirmaciones de la declaración citada anteriormente y mantengamos nuestros ojos abiertos ante la expectativa de sus manifestaciones. Recordemos las palabras de 1 Pedro 5:8-9: "Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe. . ."
Velemos, mantengamos los ojos abiertos, vigilemos, resistamos. Nuestra batalla requiere que sigamos la amonestación de Pedro conforme nos enfrentamos al enemigo en combate mental.
Pensemos acerca de lo que vemos. Reflexionemos en lo que leemos. ¿De dónde viene? ¿Qué es lo que quiere que pensemos? ¿Es esta la manera como Dios piensa? Vigilemos la puerta de nuestra mente.
Consideremos que el arma más poderosa en nuestro arsenal es un firme conocimiento de la Palabra de Dios y un profundo respeto por ella. Mantengámonos cerca de Dios en estudio y meditación acerca de su Palabra. Conozcámosla, pensemos en ella, vivamos de acuerdo con ella.
Pablo era un hombre bien consciente del mundo que lo rodeaba, un hombre que había estado en el centro del liderazgo judío antes de su conversión, un hombre bien consciente de las filosofías de su tiempo. En su carta a la iglesia de Corinto les instó a estar preparados para la batalla por la mente: "Aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo" (2 Corintios 10:3-5).
Consideremos el consejo de Pedro y Pablo en la batalla por la mente.

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